Reportaje sobre la situación del agua en Caracas en 2022 – Ricardo García

Once de la noche. Cristian Manotas duerme en su hogar, ubicado en un sector de Catia del municipio Libertador. Un particular y conocido ruido hace que salte de la cama y le grite a su pareja: “¡Levántate que llegó el agua, hay que aprovechar para lavar!”.

“Si llega de noche, hay que usar la madrugada para lavar todo. Hemos amanecido lavando ropa, cada vez que llega el agua es así. La intermitencia es la única constante con el servicio”, indica Cristian.

Así como él, muchas personas de distintos municipios viven una situación de descontento con el servicio del agua en Caracas.

“He tenido que cambiar mi rutina por la falta de agua. Ya no lavo ropa ni riego el jardín tan seguido como antes. El agua la uso exclusivamente para cosas necesarias como lavar los platos, ducharse o limpiar los baños. Como ya no sé cuando llegará, me he vuelto bastante precavida”, manifiesta con desilusión María Carvajal, habitante de Prados del Este en el municipio Baruta.

Según el concejal de la alcaldía del municipio El Hatillo, Omar Nowak, la ciudad capital necesita 21.000 litros por segundo para cubrir por completo la demanda. Sin embargo, la ONG Monitor Ciudad indicó en octubre de 2022 que a Caracas llegan entre 10.000 y 12.000 litros.

De esa cantidad, Nowak dice que se pierden alrededor de 6.000 litros. “Por cada bote de agua externo, hay cientos internos. Las fugas son por fallas en las tuberías y ocurren por falta de mantenimiento, la mayoría tienen años sin ser revisadas o arregladas”, afirma.

El escaso mantenimiento es una de las principales causas de la precariedad que tiene la continuidad del suministro. Un informe de abril de 2022 de Monitor Ciudad, que analiza la situación del servicio entre 2002 y 2015, indica que el manejo de las inversiones ha sido clave en este empeoramiento. 

El presupuesto de Hidrocapital, ente encargado de la prestación del servicio, tuvo un monto acumulado de 6 400 millones de dólares entre 2005 y 2015. Sin embargo, más de la mitad de ese monto fue utilizado en la construcción del Tuy IV, un proyecto inconcluso que no aportó nada en saciar las necesidades de agua de la región capital.

“El Tuy II y III, los sistemas que nos suministran, tienen acueductos bastante viejos a los que no se le han hecho ni el mantenimiento respectivo, ni las reparaciones pertinentes. Todo esto hace que, cuando empieza el bombeo, las averías surjan por todos lados”, asegura Víctor Lira, director de vialidad, transporte y servicios públicos de El Hatillo.

Lira comenta que la alcaldía reporta de manera constante los botes, pero que la respuesta de Hidrocapital siempre es la misma: “Estamos trabajando”. Ante esta situación los habitantes han tenido que trabajar en conjunto para solventar los derrames, siempre y cuando sean manejables. Esto no ocurre solo en El Hatillo, sino también en otros municipios de la ciudad.

“Los vecinos tuvimos que comprar entre todos un faja especial para reparar una tubería que nos estaba dejando sin agua. Hidrocapital luego vino y dejó un hueco en plena calle, por lo que tuvimos que contratar a unos obreros sin experiencia en el área para que colocaran la faja y cerraran el hueco”, señala María Carvajal, residenciada en Baruta.

Soluciones privadas para hacer frente a una sequía pública

Las medidas para solventar la problemática en la intermitencia del servicio varían. Dependiendo de la zona, y el poder adquisitivo, los ciudadanos buscan la manera de abastecerse. Para algunos, comprar cisternas de agua puede ser la solución más rápida.

Mónica Méndez, residenciada en la zona de La Lagunita en El Hatillo, depende desde hace un año de un servicio con cisternas del municipio para poder tener agua: “La gobernación donó tres cisternas a la alcaldía para darle agua a las zonas más afectadas, más que todo en sectores rurales. Una vez esas zonas son suministradas, surten a otras partes donde el agua no llega, como mi calle”.

Por ese servicio Mónica paga a la alcaldía 10 dólares y tiene agua para un mes completo. Sin embargo, en los últimos meses las cisternas no han estado disponibles. Cuando esto ocurre, debe pagar 50 dólares más a un contacto privado.

Para otras personas la opción de pagar estas cantidades no está entre sus posibilidades. En el hogar de Cristian Manotas en Catia la buena administración del agua es clave. “En la casa somos seis personas y tenemos ocho pipotes de 20 litros cada uno. Cuando llega el agua los llenamos, esperando que nos duren al menos dos semanas”, comenta.

Otra opción, que ha tomado peso en los últimos años, es el uso de pozos subterráneos. Incluso, alcaldías como la de Chacao se han sumado a esta tendencia y según su alcalde, Gustavo Duque, el 80% del agua utilizada por el municipio proviene de estas perforaciones.

“En los últimos años se ha incrementado muchísimo la cantidad de pozos en Caracas. Pero, hay que tener cuidado; si la perforación no se hace de manera sostenible, por ejemplo, respetando la distancia mínima entre pozos, puede impedir que continúe siendo un recurso útil”, advierte Joaquín Benítez, director de la Dirección de Sustentabilidad Ambiental de la Universidad Católica Andrés Bello.

Benítez comenta que muchas perforaciones se hacen sin las distancias requeridas con respecto a otras. Esto conlleva a que los pozos exploten el mismo depósito,  agoten sus reservas más rápido y no puedan recargarse con las lluvias.

En otros casos, los pozos se hacen de manera apresurada y no se comprueba si el agua es aprovechable.

“En ocasiones no se hacen los estudios previos para verificar la calidad. Hay pozos que han sido contaminados porque tienen estaciones de gasolina en la superficie o incluso por aguas negras con filtraciones que gotean y alteran la pureza del agua”, añade Benítez.

¿Qué pasa con la calidad del agua?

En el último año, ha aparecido otro componente más que se une a la lista de aspectos negativos del servicio. Cuando los caraqueños abren sus grifos se encuentran con un agua que tiene mal olor, sabor y color. En esas condiciones, no es apta para el consumo humano.

En la naturaleza, el agua no es del todo potable. Para su uso, debería pasar por un proceso de potabilización que consta de tres fases: clarificación, filtración y desinfección. En Caracas, algo está fallando.

María Carvajal recibe una sorpresa a mitad del día: llegó el agua. Justo cuando piensa que esta semana no tendrá que pedir una cisterna y se ahorrará algo de dinero, su cara de ilusión se desvanece. El agua tiene mal aspecto, además de emanar un olor que indica todo menos pureza.

“La calidad ha empeorado bastante. Antes se apreciaba algún tipo de tratamiento, pero ahora nada. El agua, cuando llega, tiene un color muy turbio; asumo que se debe a que se mezcla con sedimentos porque las tuberías están sucias y no se limpian”, apunta María.

Víctor Lira indica que el agua que recibe Caracas desde los Valles Del Tuy debe ser procesada en plantas de tratamiento. No obstante, muchas de ellas carecen de mantenimiento. Este es el caso de la planta de Macaracuay, la encargada de suministrar a El Hatillo. “Esa planta solo purifica el 40% del agua que le llega. Por esa razón, en los últimos meses ha estado marrón y con sabores impropios”, asegura Lira.

Esto afecta a todos por igual, desde los residentes de la ciudad hasta las compañías de cisternas. Cuando Mónica Méndez pide el servicio privado de un camión cisterna, se encuentra con que el agua no es de la calidad que ella espera. “Esta agua la traen de un llenadero en Baruta que en teoría es limpio. Pero, a veces el olor, e incluso el sabor, es desagradable”, denuncia.

El ex vicepresidente de Hidrocapital, Norberto Bausson, destacó varios de los aspectos que influyen en esta problemática:

“El personal que trabaja en la planta de tratamiento no tiene las herramientas para hacer las cosas bien. Adentro hay un laboratorio que ahora no funciona; las sustancias químicas necesarias, que son cuantiosas y fundamentales para bajar la turbidez, no las hay”.

Ante estos problemas, la calidad del agua no ha tenido un aumento sustancial, pero sí sus tarifas.

Ante el malestar de la población, reajuste de costos

En noviembre de 2022, el gerente de Monitor Ciudad, Jesús Vazquez, señaló como parte de un informe hecho por la organización que el 60% de la población en Caracas tiene una opinión negativa sobre el servicio del agua.

A pesar de esta percepción, el costo del servicio experimentó un incremento durante el 2022. El Estado venezolano reflejó la dolarización en la tarifa, pero la calidad del agua y su distribución no justifican el aumento.

A principios de año, en el edificio Conjunto Club Cigarral en El Hatillo la factura del condominio era de 15,91 bolívares, que al cambio del Banco Central de Venezuela (BCV) eran 3,5 dólares. Siete meses después, en julio, las cifras evidenciaron un aumento hasta llegar a los 1 828 bolívares, cuya equivalencia era de 316 dólares al cambio.

Se contactó a Hidrocapital para preguntar sobre el aumento sin previo aviso de la tarifa, pero no hubo respuesta.

Omar Nowak asegura que estos costos no corresponden a la cantidad de litros consumidos o a la distancia que recorre el agua para llegar a su destino. “Los costos están sectorizados por clase social, pasa con el agua y con la luz. En sectores más populares a veces ni reciben facturas”.

¿Qué depara el servicio para el 2023?

Víctor Lira considera que la solución pasa por una descentralización del servicio, seguido de una inversión privada o pública que vaya de la mano de especialistas en el área, además de un buen manejo de fondos.

Lira comenta que, a pesar de que las alcaldías han propuesto soluciones para trabajar en conjunto, el gobierno nacional no ha dado indicios de estar dispuesto a  recibir ayuda para solventar los problemas a corto plazo.

Por su parte, hay habitantes que tienen la expectativa de que, luego de un 2022 repleto de dificultades con el agua, el servicio pueda mejorar. María Carvajal asegura tener esperanza en que se pueda regular el abastecimiento, que mejore la calidad del agua, que el personal esté mejor capacitado y que se optimicen los canales de comunicación con Hidrocapital.

Otros no esperan mucho del servicio y se preparan para otro año de frustraciones. “Creo que la situación será igual de mala. Si ya después de cuatro años viviendo en esta zona los problemas con el agua han sido los mismos, no veo cómo pueda mejorar en el 2023”, subraya con desánimo Cristian Manotas.

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