Lógica Asertiva Por Alejandro Prado Jatar

Esa noche salimos del hotel con bastante apuro. El emperifollaje de mi mamá había sido la razón de la demora. Ese retraso ponía en jaque el tiempo de arribo a la casa de Marianela y Carlos, quienes nos estaban esperando para compartir una cena típicamente oriental.

Llegar a la hora fijada se ponía cuesta arriba, ya que debíamos atravesar Puerto La Cruz y, luego, ir hasta el casco histórico de Barcelona, sitio en donde quedaba la casa de los anfitriones.

El carro lo manejaba mi papá, de copiloto estaba mi mamá y yo era el único ocupante del puesto trasero.

La premura por llegar no le impidió a la causante de la demora hacer una petición fuera de lógica:

—Debemos parar en un sitio y comprar un obsequio o un licor. No es apropiado presentarnos a la cena con “las manos peladas”.

—¿Pararnos?… No tenemos tiempo y a esta hora no hay tiendas comerciales abiertas —alerté.

Faltando pocas cuadras, el conductor hizo un paréntesis para dar con la solución.

—Yo sé como vamos a arreglar el asunto. Voy a detenerme en esa farmacia que está de turno y comprar algo ahí. Así no nos presentamos con las manos vacías. Además, eso es lo único que hemos visto disponible al público.

Ante la inusitada sugerencia, dije:

—¿Qué coño vas a comprar ahí? Será que llegamos a esa cena y decimos a los anfitriones: … ¡Gracias por la invitación, aquí traemos un frasco de Emulsión de Scott para tomar unas copas luego de la comida!

Mi papá se detuvo frente a la farmacia, bajó del carro y adentró al recinto. Minutos después salió con una bolsa de tamaño modesto.

La pregunta que hicimos para conocer el misterioso contenido no fue respondida sino cuando arribamos a la residencia de Marianela y Carlos.

Segundos antes de tocar el timbre de la puerta, mi papá extrajo de la bolsita unos guantes quirúrgicos de látex y con seriedad apuntó:

—Pongámonos esta vaina y así ninguno de nosotros va a llegar a la invitación con las “manos peladas”.

Historia real dedicada a los médicos en su día. Sobre todo, a aquellos que utilizan los remedios del buen humor como apostolado de salud.

Alejandro Prado Jatar

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